domingo, 29 de junio de 2014

IX Triatlón Valle de Buelna

Creo que no es necesario mencionarlo, pero, antes de nada, aviso de que este es un blog personal, y mis opiniones son sólo eso: opiniones, y mías. Que nadie se sienta aludido para mal, ni se ofenda porque no pensamos igual, ¿de acuerdo?

Dicho lo cual, pasamos al lío. IX Triatlón Valle de Buelna, distancia medio Iron Man, 1.900 m natación-90 km bicicleta-21 km carrera a pie.

Como mientras escribo estoy escuchando música, voy a poner banda sonora a esta entrada del blog. Que no se diga que no me preocupo por vosotros: JOHN FOGERTY (WROTE A SONG FOR EVERYONE)

Los preparativos de siempre para el triatlón, al final se hace todo muy mecánico y rutinario. Simplemente, en pruebas de media distancia, que llevo 5 barritas-geles, el bidón aero del manillar, con isotónico+carbohidratos, y otro con agua, más los recambios de cámaras y botellas de CO2.

Llegamos a la playa de Comillas, con un ambiente espectacular, como siempre. Casi 300 participantes, le dan un colorido al parking, de cuidado. No dejo de saludar a los numerosos conocidos (más bien diría amigos, en la mayoría de los casos). De mi equipo, el TRIATLÓN COSTA QUEBRADA, Alejo, Aitor, Álex, Guti, Oli y un servidor. El presi, Carlos, esa misma mañana tuvo que desistir, por dolor de cabeza (es otra forma más diplomática de decir que estaba acojonado, pero lo respeto, jaja).

Mi entrenador estaba por allí, en labores de bombero (no torero), y aprovechando a darme un último consejo: ¡dale!


El famoso y nunca bien valorado resto del “Comando Menorca” vino a animarme. Calon, Mery, Anuca y Estef, luchando contra el tedio y la lluvia, jeje. Y además me hicieron el favor de llevarme el coche de Comillas hasta Los Corrales de Buelna.

Bebo cada poco isotónico, hasta prácticamente la hora de pisar la arena para ir a calentar un poco al mar, cuatro brazadas y para la orilla, a la cámara de llamadas. Como es habitual, las chicas salen a las 14:00, con el mar prácticamente en calma, aunque el celaje se va poniendo feo poco a poco. Pero nada que no supiéramos, todo parecía indicar que nos íbamos a mojar. A las 14:30 dan nuestra salida, no noto ningún agobio, pero sí que el mar parece estar algo más movido de lo que aparentaba en la orilla, demonios…

Llegamos a la primera boya, y al encarar a la segunda, bofetones. Sí, pero del mar, en forma de viento y olas, muy molesto. Lo mismo al girar hacia la orilla, a completar la primera vuelta de 900 m prevista, si bien, por suerte, mi lado más favorable para respirar (el izquierdo) estaba resguardado de los tragos de sales minerales marinos no deseados. Y en un momento que levanto la cabeza para orientarme bien, soy consciente del caos que el mar ha producido: un grupo de gorritos amarillos, blancos y rojos, por todas partes, desperdigados. Brazos sacudiendo, o más bien, pegándose con el agua, un total descontrol.

No me parecía posible que, el mismo perfil de agua que teníamos, apenas media hora antes, se hubiese tornado tan inestable e incómodo. Ni que decir tiene, que tardo lo que me parece una eternidad en llegar a la orilla. Me parece escuchar algún grito de ánimo (después supe que alguno fue de aviso, para que parase), corro por la orilla hasta encontrar un hueco en la rompiente de las olas, y para adentro de cabeza otra vez.

Por supuesto, sin referencias de ningún tipo, como decía antes, se mezclaban todas las personas que entraban y salían, y no había grupos definidos. Consigo enlazar con un par de chicos para ir a pies y no tener que preocuparme mucho de ir controlando cada poco tiempo la boya, centrándome sólo en bracear de la manera más eficiente posible. Economía, ante todo, que la carrera es muy larga.

Alrededor de los 400 m de esta segunda vuelta, me cruzo de frente con 2 o 3 personas que salen por donde nosotros entrábamos, y pensé que estaban bastante desorientados, simplemente. Sigo avanzando, y “mis compañeros de viaje” se paran a la izquierda, junto a un grupo de otros 10 o 15, flotando, hablando entre ellos, y, como no entiendo nada, sigo a lo mío. Cuando ya rozaba la primera boya con la punta de los dedos, unos pitidos de silbato me hacen girarme, y veo a un juez sobre una zodiac gritándome que se ha suspendido el sector de natación. Perfecto. A 500 m de la costa, el mar peleón, y voy a seguir cansándome para nada.

Pero no voy a ser hipócrita, me encontraba muy bien, con fuerza, de modo que, media vuelta, y para la orilla a ver qué contaban por allí. Y es en este transcurso, cuando me doy cuenta de la situación tan complicada que se estaba viviendo allí. Lanchas y motos de agua llevando a triatletas hasta la orilla, entiendo que pasando por dificultades. De hecho, una de las lanchas veo que se me aproxima por un costado, se me quedan mirando, y como sigo nadando a buen ritmo y tampoco parece que esté haciendo autostop, me dejan allí, haciendo unos largos bien a gusto.
Piso la arena de nuevo, y veo 30 y bastantes minutos (según el GPS, he hecho unos 1700 m). Todos los triatletas reunidos, con Bardy Castillo, el organizador de la prueba, y los jueces. Se decide continuar, el que quiera, pero avisan de que un vendaval ha arrasado los boxes, moviendo bicis, haciendo volar cascos y gafas…

Rápidamente me acerco a la orilla del mar de nuevo, para quitarme bien el neopreno, y correr más cómodo por la arena, entro a boxes, dejo el neopreno a mis amigos, y veo, alterado, que no tengo casco, gafas, ni manguitos. Cojonudo. Miro a todos lados, entre otras bicis, y nada, hasta que, por fin, 3 bicis más allá, alguien había colocado mi casco allí, lo cojo, y para la carretera. Claro, 90 km con viento, lluvia y sin gafas no era lo que más me apetecía, pero simplemente habían desaparecido. Los manguitos me daban algo más igual.

Primeras pedaladas, y llevo justo delante a Gustavo Rodríguez, el ganador del año anterior, un exciclista fortísimo, además. Isra Lastra, del OZONO, detrás de él, además de Chano (TRIATLÓN BUELNA BATHCO). Poco más adelante alcanzo a algún ciclista desconocido, y comenzamos a salir de Comillas, para empezar el primer repechito de la jornada, la subida al pueblo de El Tejo.


Mi estrategia era cristalina. Subir cómodo, con cadencia, y nada de trabarme, para apretar bajando y en el llano, acoplado como si me fuera la vida en ello. Intentando no castigar en exceso las piernas, porque pretendía hacer un parcial de carrera final a muerte total de principio a fin.



Así, corono fácil esta pequeña tachuela, en la que me pasan un par de chicos. Yo a lo mío, aquí no hay que cebarse con nadie, y menos, subiendo, lo tenía clarísimo. Aprovecho en el tramo llano del alto a comer la primera barrita y agua, para comenzar la bajada a Roiz y la carretera nacional.

Bajada no muy larga, pero peligrosa. Por supuesto que, a estas alturas, estaba lloviendo bastante, y la carretera estaba totalmente empapada, así que, aunque cueste creerlo, sin apenas arriesgar, pero adelanto a 3 o 4 chicos bastante más temerosos. Hay una zona peliaguda, además, la cual ya conozco de los años anteriores, en la que el viento pega fuerte y de costado, justo cuando vas a empezar a trazar la primera de las curvas delicadas, y hay que dejarse de valentías y acoples, trincar el manillar como el sueldo de Bárcenas, y poner toda la atención.

En el tramo de falso llano hasta Roiz me alcanzan Juanra y Gorgonio (TRIATLÓN POLANCO), aunque decido no forzar por ir con ellos, prefiero llevar mi ritmo, por lo menos, en estos primeros kilómetros.

La verdad, me estoy encontrando de cine. Bebiendo a sorbos cada poco del bidón del manillar, pedaleo redondo, cómodo yendo acoplado… Casi sin darme cuenta, paso por Treceño a toda pastilla, el viento ahora pega de culo (esta vez no aciertas, Perico Delgado), y la bendita adrenalina hace el resto. Llego hasta Martín Ramos (TRIATLÓN CAMARGO-ASTILLERO), que me había adelantado a mí poco antes, y le vacilo un poco. Subiendo El Turujal, me alcanza Jordi Giménez, triatleta mítico (lleva 22 años compitiendo en triatlón), majísimo, y nos ponemos a la par a ir de charla (que no parados): que si qué putada el mal tiempo que nos ha tocado, que si hay que tomárselo como un entreno. Un placer haberle conocido.

Subidita antes de Cabezón de la Sal, y allí están mis incondicionales del “Comando Menorca”, me pregunta Calon qué tal voy. “Voy de maravilla, fantástico. ¡Pero tú cuida de mi coche!”

Bajada a la rotonda de Cabezón, aflojo, pues es bastante cerrada, y, para colmo, uno de Protección Civil, me parece, cortándonos el paso. Coches de equipos ciclistas llegaban por la derecha a todo trapo. Pero me da rabia, la verdad, no es normal estar en competición y tener que detenerte, así que, sin parar del todo, un poco antes de llegar a la rotonda en sí, veo que tengo hueco suficiente, no viene ningún coche, y me lanzo como una bala a afrontar la larga recta que nos lleva hasta Virgen de la Peña. 

No sé las veces que habré hecho esa recta, para arriba y para abajo. De verdad que no lo sé. De lo que sí que estoy seguro es que habrán sido 2 o 3 con tanta lluvia. Pero es curioso, no me importa; es más, voy disfrutando una barbaridad. Claro, terreno propicio y buenas sensaciones.

Aunque otro pequeño contratiempo más, girando a pasar el puente de Virgen de la Peña, sobre el río Saja, dos coches de equipos parados en medio, un chico de la carrera ciclista (eran juveniles) debía haber pinchado y le estaban cambiando de bicicleta. Maldigo un poco la mala suerte de que nos hagan estar perdiendo el tiempo, sin terminar de entender cómo es posible que coincidan recorridos de dos pruebas diferentes en el mismo día y hora.

Pues nada, a lo nuestro, desvío hacia Villanueva de la Peña y a acometer el Alto de San Cipriano. Larguísima recta por Ibio, llevo a Jordi y otro chico más de referencia, a 20 m por delante, llevan un ritmo muy bueno para seguir con ellos. Si bien, al final de la recta, antes de empezar la subida, Julio, el jefe de jueces de triatlón en Cantabria, nos comunica que se ha decidido suspender totalmente la prueba.

Hemos, por tanto, de seguir subiendo San Cipriano, girar hacia Los Corrales de Buelna, y llegar hasta el pabellón de meta. La verdad, es una pequeña faena, pero sé que había motivos suficientes, el día no acompañaba en absoluto, y aunque yo nunca pasé por dificultades, ni en el mar, ni mucho menos en carretera, sí que se podrían haber dado situaciones de riesgo innecesarias, que, por supuesto, no tiene por qué soportar la organización de la prueba. No hay discusión posible.

Con filosofía, pues, nos juntamos Martín Ramos y yo, junto con otro grupete de ciclistas que nos alcanzan, mi amigo César Bolívar (C.D. OZONO), entre ellos, y vamos de animada charla, bajo la lluvia, pero ligeros, para no quedarnos fríos. Comprobando en casa el track del GPS, veo que hice 29,5 km/h de media, y eso contando con los parones y la marcha en grupeta tranquilos hasta Los Corrales. Buena señal, tenía piernas para hacer un parcial de bici decente.

Llegamos al pabellón de Los Corrales, y mi compañero Oliver me guarda la bicicleta, mientras yo entro al calor de un cañón de aire caliente que nos ponen en la organización. Veo a unos cuantos tapados con mantas, tiritando, y pienso que hemos tenido una jornada épica de las que contar a los nietos. Lástima que nos la hicieran nada más que de poco más de 40 km, jaja.

Me voy satisfecho, a pesar de todo, pues hemos demostrado, cada uno a su manera, nuestra dureza y pundonor, peleando con el clima de nuestra tierra enfurecido. Si no se hubiese paralizado la competición, estoy seguro que hubiésemos terminado bastantes.

En caliente ayer al terminar, y en frío ahora, escribiendo, sigo pensando lo mismo. Me da rabia y pena ver tristes a Bardy Castillo y Noe Mediavilla (presidente y secretaria del CLUB TRIATLÓN BUELNA y organizadores del evento), por tanto esfuerzo, así como el de todos los voluntarios, desde luego. No es justo. El tiempo tiene estas cosas, sí, pero, a veces el destino tiene detalles sarcásticos. Durante la mañana, incluso con sol. Y una o dos horas después de haber suspendido la carrera, nublado, sí, pero sin aguaceros ni viento. Aunque creo haber dejado por tierra, mar y aire, estas mismas impresiones de ánimo y apoyo hacia todos ellos, y la seguridad de que en 2015 me tendrán allí de nuevo, nuevamente lo hago desde aquí. Sois muy buena gente, hacéis las cosas bien, y los que participamos no podemos estar más que agradecidos. Es así de sencillo.

En lo que a mí respecta, no me trastoca una barbaridad. Esta era la primera gran prueba que tenía para este año, quería hacerlo bien (intentar bajar de las 5 horas, con el duro circuito ciclista, que a mí no me va nada bien), pero en dos semanas voy a hacer otro medio Iron Man a Riaño (León), así que la preparación para Buelna está ahí. Y las ilusiones, intactas, desde luego.

Dar, una vez más, las gracias a mi entrenador, Josué Castillo. Me está poniendo en una forma, que no me conozco ni yo.

¿Compensa tanto sacrificio? Desde luego que sí. A mí sí. Son muchos días de mojaduras y frío en bici desde enero, cansancio, agobio, etapas de bajón, comederos de cabeza, etc. Pero también de satisfacción, porque gracias a este deporte he conocido (y aún continúo haciéndolo) a grandísimas personas, con las que comparto experiencias.

Gracias por leerme. Grandes deportistas, mejores personas.

PD. Los sufridos fotógrafos que he visto por el recorrido, han sido Cris Ruiz, Ruth Cruz, Fotopostigo.com, Nuria GD (La Distancia Más Larga Entre AyB), Pablo G. Sal, Iván Glez. Camino, Noe Mediavilla y kirolargazki.com. Gracias a todos por darnos esos recuerdos.

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