martes, 28 de septiembre de 2021

Para terminar mi temporada triatlética 2021, el sábado pasado acudí al Medio Ironman de San Juan de Luz, en Las Landas francesas, con unos pueblos y paisajes que, sinceramente, a mí me encantan.



Competí en este triatlón en 2019 (el año pasado no se celebró, debido a la pandemia, pese a lo que diga Miguel Bosé), y también había ido de vacaciones otras 2 veces más a esa zona.

La ventaja de repetir en una prueba es evidente: te conoces los recorridos, organización, alojamientos… Lo que cambió mucho el asunto fue que el tiempo anunciado para el fin de semana era muy malo, como así sucedió, pero a veces hay que contar con estas vicisitudes, que, a la postre, me vinieron francamente bien, como luego explicaré.

La salida es a las 7:30 a.m., madrugón de los gordos, tanto para tomar la salida, como para desayunar unas 3 h antes. Por supuesto, fui a San Juan el viernes por la tarde, y dormí allí.

Mi idea era recoger el dorsal esa tarde, para así el sábado estar más descuidado, pero para mi sorpresa, la carpa de entrega de dorsales se cerró antes lo que habían anunciado, mientras que el pabellón en el que se hacían las transiciones y se dejaba la bicicleta, seguía abierto; ver para creer. Contratiempo nº 1: tocaba, aparte de la habitual lógica tensión de madrugar y los preparativos, además coger dorsal, cargar con la bici, casco, playeras para correr, etc., que contaba con haberlo dejado en el pabellón el viernes por la tarde.

En cualquier caso, me levanté a las 4:30 para desayunar lo de siempre: leche y cereales con trocitos de chocolate. Me encanta y me sienta bien, no hay que darle muchas más vueltas. Por supuesto, la cena de la noche anterior había sido contundente, a base de un enorme burrito mexicano, más duro que el Wonderbra de la Dama de Elche.

Tampoco tenía sueño y a las 6 tenía previsto ir hacia la carpa de dorsales, por aquello de ir con tiempo suficiente, por lo que estuve leyendo el móvil, metiendo todo el material a la mochila, etc., y no volví a acostarme desde que terminé de desayunar.

Los malos presagios se cumplieron, y el día estaba lluvioso, con lo desagradable que eso resulta, aparte de peligroso para la bicicleta, claro está.



Por fin recojo el dorsal, y casi no me dejan los jueces introducir el material a la zona de transición. Si unos chicos franceses no me llegan a avisar, la hubiese liado bien liada, pero finalmente todo pasó sin más incidencias.


Lo malo, que casi eran ya las 7 de la mañana, y a las 7:30 se daba la salida, por lo que a la fuerza seguí bebiendo algo de isotónico con carbohidratos, me puse el neopreno a la intemperie (imagine la dantesca escena, amigo lector: de noche, con frío y lluvia…). Por suerte, pude ponerme el traje de luces bajo una carpa, casi a oscuras.

Caminando hacia la playa, fui masticando algunas gominolas de carbohidratos y cafeína, para darle a tu cuerpo alegría, Macarena.

Uno ya es zorro viejo, y sabe que la transición es larga, puesto que desde la playa, hasta el pabellón, hay unos 500 m por el puerto, donde correr descalzo no es buena idea, así que llevé unos escarpines, que dejé en las escaleras de salida de la playa. No fui el único, había una colección de calzado ligero en las inmediaciones de escándalo. No en vano, 183 triatletas tomábamos la salida esa mañana.

Contratiempo nº 2. Al menos, dejó de llover, pero a las 7:30 de la mañana justo comienza a amanecer, lo que en un día soleado, es perfecto. Pero si a un cielo encapotado, le añades que mis gafas tienen cristales oscurecidos… No puedo describir el agobio que me entró al descubrir que, con las gafas puestas, apenas veía bien el agua, y mucho menos las boyas. Y eso que eran amarillas y rojas.

Sinceramente, pensé en nadar sin gafas (un suicidio de 30 min). Menos mal que pudo la cordura, decidí salir algo más atrasado que de costumbre, y guiarme por “el tacto”: llámese a ir dando brazadas tocando los pies de los que van delante, y dar/recibir manotazos a los que van alrededor de uno mismo. Era el mal menor que se me ocurrió, contando con que iba a ser como nadar en petróleo, de negro que veía todo.

Al final, no fue para tanto el asunto, porque, si bien seguía el día oscuro y con poca visibilidad, no conté, para suerte mía, con que muchos trajes de neopreno tienen las mangas de colores vivos y/o fosforitos, y además, que al nadar se levanta espuma, con lo que podía seguir una trayectoria de nado más o menos correcta, mirando al frente cada cierto tiempo.



Al haberme autoeliminado de una salida en segunda fila, como hubiera sido lo normal, me tocó remontar mucho y pelear con nadadores más lentos. Natación de 1.800 m (con salida a la australiana a mitad de recorrido), que mi pulsómetro me marcó en unos bochornosos 31 min. En la clasificación virtual, vi que cogí la bicicleta en el puesto 40º, y contando con que adelanté a 4 o 5 mientras corríamos desde la playa al pabellón, pues nada que no pudiera imaginarme. Y no pasaba nada, me daba más respeto hacer 2,5 h con carretera mojada, la verdad.



Este año he entrenado muy bien la bici, aprovechando las virtudes (y también la esclavitud) que supone disponer de potenciómetro. La estrategia comentada con mi entrenador era intentar llegar a la T2 con 200-210 W medios, algo asumible.



Y así fue, me dediqué a hacer precisamente lo entrenado durante meses: cabeza abajo, comiendo cada 15 min y bebiendo cada 7-8 min, pendiente de la carretera, del no drafting y ante todo, de no pasarme de vatios y hacer mi carrera. Llevaba ponchera de 500 ml con 6 geles disueltos en agua, y un bidón de 750 ml en manillar, con isotónico y carbohidratos. Una bolsita de gominolas como subidón final antes de ponerme a correr, fue el menú del día.

Tuve unos escarceos de “te adelanto, me coges 400 m más adelante, te vuelvo a adelantar algo después…” con un chico, al que luego vi en las fotos que creo que finalmente quedó 2º o 3º, y enseguida vi que yo no jugaba en su misma liga, así que lo dejé escapar. Repito, llevaba potenciómetro y tenía que dedicarme a hacer MI carrera.

El resto del sector ciclista, pues adelantando a bastante gente, a excepción de un par de chicos a los que pude rebasar, pero que en los kilómetros finales me devolvieron la jugada, cosas de este precioso deporte, por otro lado.

Carretera mojada + llovizna casi permanente + chaparrones esporádicos = cuerpo, tritraje, calcetines y zapatillas chorreando. Pero hubo una cosa buena, y es que no pasé nada de calor. El termómetro anunciaba 15-16 ºC, algo perfecto para mí.



Es cierto que había tramos algo delicados, pero yendo con cierto tiento en curvas cerradas, evitando la pintura de la calzada y apretando a muerte donde se podía hacerlo, me mantuve en los 215 W medios casi hasta el final, que entrando de nuevo a San Juan, callejeando, se quedaron en 211 W, justo lo planificado.

Mención aparte para la combinación de rueda de tres palos delantera y lenticular trasera. Mi bicicleta va como un puñetero tiro (cuesta arriba, algo menos, para qué negarlo).

Dejo la bicicleta en el pabellón (puesto 26º virtual, había adelantado a 14 triatletas en los 84 km de recorrido con casi +1.000 m de desnivel), tras 2 h 34 min bastante disfrutados, sinceramente.

Me calzo las flamantes VAPORFLY NEXT y comienzo expectante los 20,5 km a pie. Cuando digo “expectante”, me refiero a… ¿qué día tendré corriendo hoy?¿responderán las piernas?¿y el cardio?. Pues bien, en apenas 200 m, encontré la respuesta.

Había entrenado series de 1000 a menos de 3:30 el km, si bien para una carrera tan larga, llevar un ritmo de crucero de entre 4:10 y 4:20 el km, me hubiera supuesto ir más que satisfecho.

Pero zancada a zancada, veo que no me supone gran esfuerzo ir coqueteando con ritmos poco por encima de 4 min/km. Sabía que se podía hacer muuuuuuuuy larga la carrera a pie (2 vueltas de poco más de 10 km, con largas rectas, que mentalmente se hace también duro), más una pequeña colina de 200 m que ralentiza el ritmo (se subía en cada vuelta una vez por cada lado, y en dos vueltas, 4 subidas en total). El resto, totalmente llano.

Ligera llovizna, visera atrás y gafas de sol en el bolsillo, que no era el día. Cojo un par de geles en el primer avituallamiento, por si acaso, y pim-pam, pim-pam, van cayendo los kilómetros.

No miro el ritmo medio, pero sé que voy bien. Voy adelantando a alguno de los chicos que me habían dejado atrás en la parte final de la bici, y con el pulso mantenido en 155-160 ppm. Es decir, comodísimo.

La suerte de encontrarnos con un día fresco (para ser verano, se entiende) y con llovizna, fue que no se pasaba nada de calor, lo que me favorece bastante. Paso por los avituallamientos sin comer ni beber nada, pero echo nada en falta.

La alegría plena me dura unos 5 o 6 km, y empiezo a notar el estómago algo pesado. No me hace bajar el ritmo y decido seguir sin meter alimento (seguía con dos geles en el bolsillo trasero desde el principio), puesto que de fuerzas voy pletórico.

Contando a los primeros, que me voy encontrando de frente en cada giro, me llego a poner el 20º y sin notar bajón de ritmo, ni apenas fatiga. Por fin un día casi perfecto, me digo para mí mismo.

Pero el estómago empieza a lastrarme un poco más, kilómetro 10; bueno, creo que aguanto bien, no es para tanto. Algo más de lastre, kilómetro 14; ummmm, miedo me da probar en mí mismo el chiste de “mamá, ¿los pedos pesan?”, pero puedo seguir. Michael Jordan colgado del aro, kilómetro 17; ¡no puede ser!¿no seré capaz de aguantar 3 malditos kilómetros, llegar a meta y lanzarme en plancha a por el primer retrete que encuentre?. SPOILER: no, no fui capaz.



Último giro antes de meta, kilómetro 18. Puesto de avituallamiento… pero no hay WC, aunque sí la taquilla de un campo de golf. Rogando a los chicos de la entrada con un hilillo de voz: “toilette, s’il vous plaît!”, me hacen señas de que pase, y termina el suplicio.

Peleando con el tritraje empapado y pegajoso para quitarlo, evacuando, y volviendo a pelear para vestirme, se me van 7 minutazos. ¡7!



Es lo que hay, me quedan 2 kilómetros, estoy ahora perfecto del estómago, y enrabietado, así que me despido de la carrera haciendo un 2.000 a 3:45 el km, y cruzo la meta el 31º.

Mirando el análisis post-mortem, el ritmo de carrera en movimiento (es decir, sin contar la dolorosa parada del km 18) me salió a 4:12 min/km (4:31 min/km incluyendo la breve visita al campo de golf), algo que no imaginaba que pudiera ser capaz de hacer. Así que, muy contento, a pesar del pequeño desliz gástrico.

Siempre me gusta despedir la temporada haciendo un triatlón half, y no descarto volver una tercera vez a San Juan de Luz, en 2022. Es, además, la ocasión perfecta para hacer algo de turismo por Bayonne, Biarritz, Capbreton… y aprovechar el fin de semana completo.

Muchas gracias a mi compañero de entrenos @a_calonge y al que nos está sacando bastante partido a estos dos mataos @kikusss80

¿Nos vemos el año que viene? Creo que sí

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